Intérpretes de la vida cotidiana: alfaqueques en los reinos medievales hispanos
By inTRAlinea Webmaster
Abstract
English:
In recent decades, indigenous models of linguistic intermediation have been documented in the early Iberian Peninsula and in different parts of the former colonial Hispanic America. Some were pioneers in managing communication problems between languages and cultures in conflict situations, as for example the peninsular alfaqueques, or the nahuatlatos and lenguas in Hispanic America. Historical studies on the alfaqueques of medieval Hispania (13th-16th centuries) reveal characteristics that would be repeated in later centuries in the American territories: 1) the primacy of orality in social interactions, 2) the multifaceted nature of these oral translators, and 3) their loyalty to the conflict parties. We will show here some distinctive features of these late medieval and early modern multilingual intermediaries, whose practices we will trace in the regulations in force in each period. Our conclusions describe linguistic intermediaries far removed from the high spheres of written culture, from the main government institutions and historical characters, despite the fact that they played key roles in the daily life of these societies. This would explain their relative marginality in the historiography of interpretation. Making their voices visible also invites us to make some of our academic conceptual categories more flexible when studying the identity and habitus of interpreters throughout their historical evolution.
Spanish:
En las últimas décadas se han documentado modelos autóctonos de intermediación lingüística en épocas tempranas de la península Ibérica y de la América colonial hispana. Algunos, como los alfaqueques peninsulares, o los nahuatlatos y lenguas en la América hispana, fueron pioneros gestionando problemas de comunicación entre lenguas y culturas en situaciones de conflicto. Los estudios históricos sobre los alfaqueques de la Hispania medieval (ss. XIII-XVI) revelan características propias que se repetirán en siglos posteriores en los territorios americanos: 1) la primacía de la oralidad en las interacciones sociales, 2) el carácter polifacético de estos traductores orales, y 3) su lealtad a los interlocutores del conflicto. Mostraremos aquí algunos rasgos propios de estos intermediarios multilingües de la Baja Edad Media y de la Edad Moderna, cuyas prácticas pueden rastrearse en las normativas vigentes en la época. Nuestras conclusiones apuntan a unos intermediarios lingüísticos con funciones clave para la vida cotidiana de estas sociedades, si bien alejados en general de las altas esferas de la cultura escrita, de las instituciones de gobierno y de los protagonistas históricos principales. Ello podría explicar su relativa marginalidad en la historiografía de la interpretación. Visibilizar sus voces invita además a flexibilizar algunas de las categorías conceptuales más academicistas al estudiar la identidad y el habitus de los intérpretes en su evolución histórica.
Keywords: mediación lingüística, mediación cultural, reinos medievales hispanos, alfaqueques, habitus del intérprete, intérpretes profesionales, intérpretes ad hoc, language brokering, medieval Iberian kingdoms, interpreter’s habitus, professional interpreters, non-professional interpreters
©inTRAlinea & inTRAlinea Webmaster (2025).
"Intérpretes de la vida cotidiana: alfaqueques en los reinos medievales hispanos"
inTRAlinea Special Issue: Intérpretes: historiografía, contextos y perspectivas de una práctica profesional
Edited by: Críspulo Travieso-Rodríguez & Elena Palacio Alonso
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1. Introducción. Preguntas (y respuestas) con historia
Desde una perspectiva histórica, la práctica de la interpretación constituye un fenómeno sociocultural constante. Su evolución, no necesariamente lineal, parece no haber concluido aún en nuestros días, a pesar del alto nivel de especialización técnica y tecnológica que presentan algunas de sus modalidades. Es el caso de la interpretación de conferencias o de la interpretación remota en sus distintos formatos.
Como práctica cotidiana, la interpretación ha vertebrado todos aquellos encuentros comunicativos cuyos protagonistas, fueran actores principales o secundarios, no compartían una misma identidad cultural y lingüística, y así sigue siendo en la actualidad. Como práctica cultural, su actividad contribuye a forjar a la vez su identidad y se ha convertido al mismo tiempo en objeto de la investigación aplicada (Alonso-Araguás 2008: 429; Grbić 2015: 322).
Entre la gran pluralidad de agentes y procesos que podemos constatar en ese continuum histórico, cabe esperar que quienes han ejercido como intérpretes en distintas épocas de la historia compartan –hoy como ayer– una serie de rasgos comunes que permitan identificarlos como tales. Al referirnos a la interpretación como profesión, aludimos, en efecto, a aquellas destrezas imprescindibles en sus tareas de intermediación lingüística y a los patrones o estructuras de interacción social que mantienen con los interlocutores de dichas situaciones de comunicación. Estos rasgos conformarían, en términos bourdianos, el habitus del intérprete en el ejercicio de su actividad, el denominador común subyacente en la evolución natural de este fenómeno (Chen 2023: 3).
Las preguntas sobre la identidad y los roles del intérprete, o sobre los modos de interacción sociocultural que su propia actividad implica, son cuestiones básicas en el sentido literal del término, pues aluden al quién, al para qué y al cómo de esta práctica. Están por ello vinculadas a las sociedades y contextos históricos (el dónde y el cuándo) en los que se ejerce la intermediación lingüística oral, lo que significa que estamos ante una práctica social y situacional.
Estas preguntas en apariencia sencillas quedan a menudo olvidadas o relegadas en el ejercicio profesional y también en la propia didáctica de la interpretación, tal vez por su obviedad: ¿quién es el intérprete?, ¿qué roles comparten los individuos a los que identificamos como “intérpretes”?, ¿cómo desarrollan su actividad y qué normas la orientan? (Grbić 2023). Son, sin embargo, necesarias para la comprensión del proceso y de los agentes responsables de un producto tan volátil como las prácticas de intermediación lingüística oral.
En las dos o tres últimas décadas, los estudios de historia de la interpretación, y por ende algunos estudios sobre historia de la lengua castellana (Abad Merino 2004 y 2008), se han planteado estas mismas cuestiones de identidad. Unas veces destacando factores directamente relacionados con el contexto situacional en el se producen los fenómenos de interpretación, como la diversidad de agentes y de roles (Stahuljak 2012; Takeda y Baigorri 2016; Grbić 2023), la multiplicidad de funciones y de denominaciones características de dichos mediadores en espacios geográficos y temporales muy diversos (Payás y Alonso 2009; Alonso-Araguás 2010), u otros aspectos tan controvertidos como la lealtad hacia sus interlocutores (Cáceres-Würsig 2017; Takeda 2021). Por otro lado, estos temas han integrado también la reflexión sobre los aspectos metodológicos más pertinentes para el estudio de la intermediación lingüística desde un enfoque netamente histórico (Bandia y Bastin 2006; Alonso-Araguás 2008; Rundle 2018, 2022; Footitt 2022).
Desde la academia, haciéndose eco de la tendencia a la categorización propia del pensamiento occidental y que naturalmente empapa los estudios de traducción e interpretación (ETI), suele responderse a esas preguntas básicas mediante una serie de categorías conceptuales que establecen distinciones claras entre: 1) traducción / interpretación; 2) interpretación profesional / interpretación no profesional; 3) existencia / ausencia de códigos deontológicos.
La primera es la distinción de uso más frecuente en los centros de educación superior como en las asociaciones profesionales y ayuda a clasificar las distintas prácticas de mediación lingüística según se sirvan de la oralidad o del lenguaje escrito. Aunque muy útil desde el punto de vista didáctico, olvida sin embargo que en muchas situaciones comunicativas las tareas que desarrolla el agente mediador no siempre pueden definirse en términos excluyentes:
The work is not strictly that of interpreting/translation, as defined by professional translators, but rather the mediation of meaning, and the use of language to accomplish things in the social world. (Orellana 2017: 69)
Esta distinción categórica de tareas, traducción / interpretación, sí se ve justificada al observar el continuum evolutivo de una de las modalidades de interpretación que ha alcanzado primero un nivel de profesionalización incontestable: la interpretación de conferencias[1]. En esa trayectoria, tutelada por las organizaciones internacionales, este tipo de interpretación excluye en su último estadio de especialización toda actividad escrita, como reflejan los propios servicios de gestión de conferencias en las principales instituciones supranacionales.
Pero desde una perspectiva histórica que considere en su conjunto las prácticas de interpretación, lo que constatamos es precisamente el fenómeno contrario: la regla es más bien la multiplicidad de tareas y la hibridación de funciones, que en el ejercicio de la intermediación lingüística suelen solaparse en un mismo agente bicultural o multicultural sin que ello suscite extrañeza alguna. Todavía hoy esa coexistencia es habitual en algunas modalidades muy extendidas, como la interpretación en servicios públicos o la interpretación en conflictos, presentes en la vida cotidiana de la mayoría de las poblaciones del planeta.
Además, la evolución tecnológica ha propiciado en nuestro siglo otras modalidades de interpretación que también pueden considerarse híbridas, donde se combinan nuevas tareas que están modificando el perfil del intérprete en los mercados actuales de la traducción y la interpretación. Ha surgido así en la última década un interesante debate sobre la conveniencia de ampliar las categorías conceptuales con las que hemos abordado hasta ahora las actividades englobadas bajo la rúbrica “interpretación”. El objetivo es flexibilizarlas y adaptarlas a las nuevas tareas –multimodales, virtuales o híbridas, intralingüísticas o interlingüísticas– nacidas al calor de demandas sociales y desarrollos tecnológicos recientes. En este sentido, Franz Pöchhacker (2018) proponía mirar desde el presente hacia el futuro para asumir lo que no es sino la propia evolución natural de la actividad de interpretación: interpretación simultánea de textos (a veces con presentaciones escritas introducidas en pantallas), traducción a vista combinada con interpretación en lengua oral o en lengua de signos, interpretación para la ópera, el teatro o el cine, o interpretación remota asistida por inteligencia artificial, entre otras.
La segunda categoría conceptual está marcada por la contraposición entre profesional / no profesional. Este tipo de delimitación pivota en torno a la idea comúnmente aceptada de lo que en nuestra sociedad occidental se considera una profesión. En el caso de la interpretación, el paradigma tiene además un enfoque presentista, es decir, prioriza solo el estadio final de un largo proceso que culmina con la profesionalización de esta práctica social.
Nadja Grbić nos recuerda una de las definiciones más frecuentes en la sociología de las profesiones para distinguir entre una profesión y una mera ocupación, la de la teoría de rasgos, propia del funcionalismo:
The trait (or “checklist”) approach to distinguish professions from occupations […] focusses on functional and structural traits of an occupation, such as a) a skill based on theoretical knowledge; b) a skill requiring education and training; c) demonstrations of competence by passing a test; d) integrity by adherence to a code of ethics; e) service for the public goal; and f) organization, none of which are universally acknowledged as essential (Millerson 1969). (Grbić 2015: 322)
Se trata de un concepto estático, insuficiente para abarcar en el caso de la interpretación una gran pléyade de prácticas de intermediación alejadas a menudo de esos criterios. Como sucede con la primera de las categorías mencionadas, la tipología de prácticas de interpretación existentes en nuestra época actual desborda también las limitaciones de una clasificación basada estrictamente en rasgos (Grbić 2023; Chen 2023, entre otros). Pensemos, por ejemplo, en la multitud de interacciones lingüísticas que hoy tienen lugar en distintas situaciones de interpretación en conflictos, interpretación humanitaria (Ruiz Rosendo y Todorova 2021), interpretación en servicios públicos (Monzó y Wallace 2020), o en las interacciones lingüísticas mediadas por menores, tan comunes en nuestros días (Antonini et al. 2017).
Vistas en retrospectiva, también quedarían excluidas de esta denominación prácticas de interpretación muy habituales en épocas pretéritas –tanto en regiones occidentales como fuera de ellas– al no reunir los rasgos de identidad establecidos. Sin embargo, lo cierto es que, hasta casi principios del siglo XX, la actividad de los intermediarios lingüísticos que han permeado el día a día de nuestras sociedades multilingües y multiculturales distaba mucho de reunir los rasgos que hoy permitirían reconocerlos como “profesionales stricto sensu”. Se generaría así una división casi insuperable entre interpretación profesional e interpretación ad hoc o no profesional (Martínez-Gómez 2015; Monzó y Wallace 2020; Antonini et al. 2017) que nace, en parte, de considerar como el todo lo que no es sino una de las modalidades de interpretación existentes, ciertamente la que ha logrado un mayor nivel de especialización:
Inevitably, there was a growing tendency to equate professional interpreting with this one particular Western-inspired model: conference interpreting. What Cronin described as our geopolitical ‘partiality’ (2002: 387) gave historical valve to a specific and visible Western paradigm of interpreting, framed by the developed world’s technology of booths and microphones. (Footitt 2022: 24-25)
Así pues, tal vez sea más operativo contemplar desde un punto de vista funcional dichas prácticas como un continuum (diacrónico o sincrónico), dentro de un proceso social dinámico en cuyo nivel superior se situaría la profesión en el sentido más riguroso, sin que ello excluya la coexistencia de diferentes estadios evolutivos, es decir profesionales y ad hoc, en un mismo estrato temporal y en un mismo espacio geográfico.
Por último, y en relación directa con la cuestión de la profesionalidad, encontramos una tercera categoría conceptual referida a la adopción de una ética profesional y a la función de los códigos deontológicos en el ejercicio de esta práctica en ámbitos institucionales y privados. La incorporación de códigos deontológicos propios sirve de referencia tanto para los grupos de individuos como para las administraciones públicas que recurren a la interpretación, y respalda el desarrollo de normas que ordenan el ejercicio profesional: nombramiento y reconocimiento de los agentes o intermediarios lingüísticos, certificaciones y exámenes que validan su ejercicio profesional, fijación de remuneraciones, entre otras.
De este modo, las prácticas de interpretación que no sean caracterizadas como “profesionales” plantearán la misma indefinición ética en muchas situaciones de comunicación multilingüe donde el agente de la interpretación queda invisibilizado, o no reconocido socialmente, pese a cubrir importantes lagunas o a intervenir allí donde no siempre es posible recurrir a un profesional. Es el caso, por ejemplo, de la interpretación en lenguas de menor difusión, de no pocas emergencias sociales o de situaciones para las que no existen partidas presupuestarias que permitan costear servicios profesionales de interpretación (Floros et al. 2024: 1).
Estos tres paradigmas, tan útiles en la didáctica de la interpretación, parecen a primera vista insuficientes para dar cuenta de una realidad más compleja, como la representada por muchas de las prácticas de interpretación que coexisten hoy en nuestro entorno social (Grbić 2023: 148). Desde un enfoque más histórico, entrarían también en colisión con el discurso y la metodología propios de la historia de la traducción y de la interpretación, que emerge desde principios del siglo XXI como área específica de los ETI (Rundle 2022: XVIII).
Más adelante abordaremos las alternativas para acomodar a los ETI esa pluralidad de prácticas de intermediación lingüística. A título ilustrativo, y asumiendo que la coordenada espacio-temporal, es decir, el contexto situacional, tiene una función decisiva en la conformación de nuestras prácticas de interpretación, presentamos ahora un modelo autóctono de intermediación lingüística, el de los alfaqueques en los reinos hispanos medievales (siglos XIII-XVI). El objetivo es contribuir al debate sobre los parámetros que identifican tanto los fenómenos de interpretación en distintos momentos históricos como los agentes multiculturales (¿intérpretes?) que participan en ellos.
2. Un modelo autóctono de mediación interlingüística en los reinos hispanos medievales (siglos XIII-XVI)
La documentación disponible para el estudio de este modelo permite en la actualidad combinar varios tipos de fuentes historiográficas directas e indirectas. En este trabajo nos centraremos en documentos jurídicos (normativas legales) donde se mencionan con fines diversos estas prácticas de intermediación, y en estudios históricos que identifican el contexto sociopolítico de situaciones comunicativas prototípicas y ayudan a entender las demandas lingüísticas de la época. Esta metodología de trabajo permitiría incorporar también fuentes indirectas extraídas de la correspondencia y de la documentación administrativa (cédulas o cartas de nombramiento, cartas de pago, pleitos, etc.) para identificar por su nombre a algunos de los agentes e interlocutores presentes en dichas prácticas (Alonso-Araguás, en prensa).
Con ello pretendemos ir más allá del mero registro documental para integrar las actividades de interpretación en un enfoque multidimensional que permita comprender su relevancia (o la ausencia de ella) en la historia de la traducción y de la interpretación, en la línea propuesta por Christopher Rundle (2022). De este modo, intentamos asimismo compensar las escasas y dispersas referencias en la historiografía medieval a la traducción e interpretación cotidianas (Abad Merino 2008) y a los intérpretes de facto en los catálogos de los archivos históricos (Footitt 2022), ampliando así la búsqueda a otros escenarios relevantes para cada acontecimiento histórico.
2. 1 El contexto sociocultural
La permanencia durante casi ocho siglos de una extensa frontera móvil marcada por el conflicto entre las poblaciones cristianas y musulmanas de la península Ibérica generó en época medieval un amplísimo número de situaciones comunicativas multilingües. El árabe, el hebreo, el galaico-portugués y el romance castellano fueron las lenguas principales –pero no las únicas– en las que se produjeron la mayoría de los intercambios lingüísticos.
Imagen 1 - Ubicación de zonas fronterizas y grandes conquistas cristianas en la península Ibérica a principios del siglo XIII (Mestre Campi y Flocel Sabaté 1998).
Entre los múltiples escenarios del conflicto que generaron una elevada demanda de intermediación lingüística podemos citar los siguientes[2]:
- Actividades diplomáticas intensas donde intervenían civiles, autoridades políticas y responsables militares de ambos bandos: intercambio de correspondencia, envío de emisarios para transmitir toda clase de mensajes orales, y negociación de las condiciones de paz y de treguas, de pago de tributos, de vasallaje e incluso de rendición.
- Operaciones militares en territorio enemigo y de defensa del propio territorio, cuyo éxito dependía en gran medida del acceso a fuentes de información relevante.
- Intercambios comerciales de bienes y mercancías de todo tipo, además de rescates y canjes de los prisioneros obtenidos en las incursiones militares. La toma de estos prisioneros tenía un claro valor económico, pues además de ser fuente interesante de mano de obra gratuita, brindaban la posibilidad de realizar lucrativos negocios vendiéndolos o canjeándolos por sumas de dinero previamente acordadas (“rescate”).
Aquí nos centraremos en la última de ellas, la de la negociación del rescate.
Tarde o temprano, esta actividad comprometía a la mayoría de la población asentada cerca de las líneas fronterizas a medida que estas se trasladaban hacia el sur peninsular o, al contrario, retrocedían hacia las tierras cristianas del norte. El trasiego secular e incesante de operaciones de captura y canje de prisioneros –entendidas como estrategia militar y como recursos económica para los civiles de estas zonas fronterizas– es, por tanto, la circunstancia contextual que enmarca la presencia de agentes multilingües especializados en este tipo de negociaciones, así como en el traslado seguro de las personas y sumas de dinero implicadas.
La aparición de expertos en esta clase de negociaciones no fue en modo alguno repentina, pues existen indicios previos de intermediarios experimentados en tales quehaceres. Desde el siglo XII, el rescate fue la vía más común en Portugal y en los reinos hispanos para liberar a cautivos y prisioneros, si bien su uso generalizado en la Península no tiene lugar hasta el surgimiento, en los siglos XII-XIII, de unos oficiales municipales denominados exeas, en el reino de Aragón, y alfaqueques, en los reinos cristianos de León y Castilla y nazarí de Granada (Brodman 1985: 329). Su presencia está documentada más allá incluso de la caída del reino nazarí en 1492, pues el conflicto trasladó entonces su frontera al litoral norteafricano y las incursiones militares, capturas y rescates siguieron produciéndose durante todo el siglo XVI.
2. 2 La gestión de las demandas de interpretación en el rescate de prisioneros
Los alfaqueques (“redentores de cautivos” en su etimología árabe al-fákkak) son los encargados de gestionar estos rescates y de garantizar la liberación de los prisioneros, así como su regreso o traslado en condiciones seguras.
Sus orígenes son diversos: fueron tanto judíos, como musulmanes o cristianos, en todos los casos cuentan con conocimientos lingüísticos de árabe hispano o andalusí (también denominado algarabía) y de al menos otra lengua peninsular. Sus tareas incluyen la interpretación entre las lenguas principales del conflicto (romance castellano y árabe, principalmente), pero no se limitan a ella: son esencialmente intermediarios polifacéticos a cargo de la negociación y ejecución del rescate, lo que los sitúa en una posición privilegiada para asumir múltiples funciones, como el intercambio de mensajes y de otras informaciones de interés, el espionaje o la guía sobre el terreno. Se trata, pues, de tareas complejas concentradas en una misma persona que ostenta privilegios y deberes derivados del ejercicio de su misión rescatadora. Esta complejidad puede explicar la larga trayectoria de especialización que, con el paso de los años, desembocará en su profesionalización y en la supervisión de la actividad del rescate por parte de la Corona.
El alfaqueque municipal es el mediador necesario al que recurren las personas responsables de garantizar el retorno de prisioneros –civiles en su mayoría, pero también integrantes de milicias y huestes militares– y la buena marcha de las negociaciones. Dicha responsabilidad incumbe tanto a los concejos municipales, como a los propios familiares, a las órdenes militares religiosas y, más adelante, también a la Corona.
Su rastro documental puede seguirse de forma dispersa en la documentación administrativa municipal y notarial de los distintos archivos nacionales y, de modo más sistemático, a partir de las recopilaciones normativas que regían la vida de los nuevos municipios y asentamientos establecidos poco a poco junto a los territorios fronterizos. Entre estas recopilaciones están los fueros municipales y otros ordenamientos jurídicos de los reinos cristianos medievales.
A título de ejemplo, nos detendremos en tres de estos fueros, procedentes de la Extremadura leonesa, y en Las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio, donde se recogen de manera explícita deberes y privilegios de los alfaqueques municipales en el desempeño de sus funciones.
Fuero de Salamanca (1102-1109) 257. De alfaqueque “Todo alfaqueque que a Salamanca venier o mercar moro non esté ý mays de tres meses; e si mays estodier peche cada IX días X moravedís; e su uéspede X moravedís al conceio.” (Martín y Coca 1987: 115) El alfaqueque que venga a Salamanca a comprar moro, no esté en ella más de tres meses; y si se quedara más, pague cada nueve días diez maravedís, y su huésped, diez maravedís al concejo. [Nuestra traducción] |
Fuero de Coria (aprox. 1222-1227) 394. Alfaqueque que entrar en tierra de moros “Todo alfaqueque que entrare en tierra de moros sacar cativos, tome del christiano o del moro el diezmo. E tome un maravedí el alfaqueque e su partadgo.” (Maldonado y Fernández del Torco 1949, 135) El alfaqueque que entre en tierra de moros a rescatar cautivos reciba del cristiano o del moro el diezmo. Y reciba un maravedí el alfaqueque y su manutención. [Nuestra traducción] |
Fuero de Plasencia (ca. 1300) 685. Todo alfaqueque que el conçeio non fallare fiel e fuere prouado, sea enforcado. (Postigo Aldeamil 1985: 213) El alfaqueque que no fuera fiel al concejo y así quedara probado, sea ahorcado. [Nuestra traducción] |
Cuadro 1 – Obligaciones del alfaqueque en los
fueros de villas del Reino de León (siglos XII-XIV). La negrita es nuestra.
Las menciones a los alfaqueques en los numerosos fueros concedidos a las poblaciones cristianas recién asentadas en los nuevos emplazamientos se refieren mayoritariamente a cuestiones tributarias y a las remuneraciones por sus servicios. En cambio, en otros ordenamientos jurídicos posteriores, más generales y redactados una vez que el oficio estuvo ya consolidado en los reinos de León y Castilla, encontramos informaciones más precisas sobre las competencias que debían reunir y sobre las obligaciones del cargo.
La disposición jurídica más conocida y pormenorizada es la contenida en Las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Se trata de la mayor unificación legislativa realizada para recopilar y centralizar los usos y prácticas tradicionales de las villas de la repoblación castellana y leonesa en el siglo XIII. De ahí que las leyes referidas al rescate de cautivos y a los alfaqueques encargados de ello sean posiblemente reelaboraciones y ratificaciones de los muchos usos y costumbres ya existentes, lo que refleja, en opinión de Brodman (1985: 325), la evolución de dichas costumbres hasta el siglo XIII.
Las principales atribuciones y obligaciones de los alfaqueques se detallan en el título XXX de la Segunda Partida, primero de forma sintética y más adelante comentadas en detalle. Incluyen tres leyes que condensan las competencias y cualificaciones que han de poseer para ejercer su misión, la descripción del proceso de selección y nombramiento, así como una regulación detallada de sus prácticas.
En aras de una mayor brevedad presentamos solo varios fragmentos de la Ley I, donde se alude a la ocupación principal de este intermediario, ser “trujamán” (término que denomina al intérprete en la época), y a las competencias exigidas para el puesto. Entre ellas, la norma especifica con claridad el necesario conocimiento de los dos idiomas de sus interlocutores:
PARTIDA II, título XXX: Que fabla de los alfaqueques. |
Queremos decir en este de los alfaqueques que son trujamanes et fieles para pleytearlos et sacarlos cativo. |
LEY I. Qué quiere decir alfaqueques, et qué cosas deben haber en sí |
Alfaqueques tanto quiere decir en arábigo como homes de buena verdat que son puestos para sacar los captivos et estos segunt los antiguos mostraron deben haber en sí seis cosas; |
I. Que sean verdaderos onde llevan el nombre […] porque si verdaderos non fuesen, farien daño á amas las partes, tambien al que quiere salir de cativo como al otro que le tiene en su poder, porque cada uno está sobre esperanza de la verdat que creen que aquel les trae. II. Sin cobdicia; III. Sabidores tambien del lenguaje daquella tierra á que van, como del de la suya; […] et si sabidores fuesen de los lenguages, entenderán lo que dixeren amas las partes, et sabrán responder á ello et decir otrosí a cada uno lo que le conviene; IV. Que non sean malquistos; […] et malqueridos non deven ser; V. Que sean esforzados; VI. Que hayan algo de suyo. |
Cuadro 2 – Ley I, Partida II, título XXX. Las Siete Partidas del Rey Don Alfonso El Sabio (1807)
Madrid, Real Academia de la Historia. La negrita es nuestra.
La ley II se detiene en el método de selección de candidatos, al que concede particular importancia:
Escogidos mucho afinadamente deben seer los alfaqueques, pues que tan piadosa obra han de facer como sacar los cativos: et non tan solamente los deben escoger que hayan en sí aquellas cosas que deximos en esta ley, mas aun que vengan de linaje bien afamado. (Ibid., Ley II)
El título concluye con la ley III, que detallan las obligaciones, privilegios y penas correspondientes a esta práctica. Se trata, en definitiva, de un código de conducta hecho a medida de las necesidades sociales que requería la presencia de estos particulares intermediarios lingüísticos en los rescates. La recopilación alfonsina pretende así regular y unificar una práctica firmemente consolidada a lo largo de los dos siglos anteriores.
2.3 Intérpretes para la vida cotidiana
Una vez contextualizado y expuesto el modelo objeto de análisis, llega el momento de responder a las preguntas que iniciaron este trabajo. En primer lugar, la referida a la naturaleza de unas prácticas de intermediación lingüística y cultural que incluyen tareas lingüísticas propias de la interpretación, pero no en exclusividad. ¿Fueron estos alfaqueques de la Baja Edad Media “intérpretes” en el sentido propiamente académico del término? ¿Merecerían engrosar las filas de nuestra historia de la interpretación?
A la luz de las dicotomías conceptuales presentadas en la sección 1, revisemos ahora aquellos aspectos estructurales relacionados con la identidad, los roles y tareas, y la existencia o ausencia de una guía de buenas prácticas capaz de orientar el ejercicio de la intermediación lingüística. Según indicaba Grbić (2015: 322), la lista de comprobación planteada por Millerson conforme al enfoque funcionalista incluía los siguientes seis rasgos distintivos, cuyo carácter esencial se presta, sin duda, a la discusión:
- Competencia basada en conocimientos teóricos
- Competencia fruto de la educación y la práctica
- Certificación de competencias mediante examen
- Aceptación de un código ético
- Servir a un objetivo público
- Organización
Por su parte, la serie de seis cualidades requeridas en la norma alfonsina podría también contemplarse como el estadio más completo en su época, después de nada menos que dos siglos de práctica y perfeccionamiento. Como era esperable, las listas difieren sustancialmente en la formulación, aunque no tanto en los contenidos. Sorprenden algunas coincidencias, como las relativas a las normas de conducta, al objetivo de un servicio público (según subraya la Ley I), y a la propia organización de su desempeño. Alfonso X menciona igualmente una selección esmerada de los candidatos, entre cuyos requisitos figura el dominio lingüístico junto a otras competencias de carácter extralingüístico.
Son llamativas las alusiones a las cualidades idóneas en el candidato a alfaqueque: sincero (no mentiroso ni falso), apreciado por sus vecinos, trabajador y esforzado. Como complemento, en las disposiciones de los fueros (ver Fuero de Plasencia) encontramos la exigencia de un comportamiento fiel hacia el concejo y la comunidad en la que están radicados, lo que nos recuerda que históricamente en muchas situaciones comunicativas la lealtad del intérprete ha sido tan importante o más que sus competencias lingüísticas o técnicas.
Estos agentes biculturales y multilingües se responsabilizaban del éxito de las negociaciones, si bien terminaron asumiendo, además de la interpretación, otras funciones adicionales favorecidas por sus conocimientos de los idiomas. Dicha asunción de roles y competencias múltiples podría asimilarse a otros perfiles de intermediarios medievales, como los que Stahuljak recoge bajo el nombre de fixers medievales o fixeurs du Moyen Âge (2012, 2020). Los que aquí hemos denominado ‘intérpretes de la vida cotidiana’ favorecían con su conocimiento de las lenguas la interacción social entre poblaciones en conflicto, si bien la reglamentación con la que ellos contaron parece muy superior a la de los actuales fixers, intermediarios también lingüísticos para la prensa occidental en conflictos contemporáneos donde acostumbran a intervenir de forma autónoma y sin supervisión de autoridades locales o nacionales (Palmer 2019).
Sin duda, las respuestas heterogéneas a las demandas de interpretación de cada época adquieren todo su sentido solo a la luz del propio contexto histórico:
By contextualizing interpreting within the actual circumstances of those ‘on the ground’, often the traditionally disregarded ‘ordinary people’, we are able to explore interpreting less as a skilled profession and more in its varieties of highly complex cultural exchange within historical contact zones. (Footitt 2022: 32)
Podemos así valorar este caso como un modelo de éxito que va de la mano de, y retroalimenta, la profesionalización una vez que el propio monarca –y, antes de él, las autoridades locales– adopta las medidas necesarias para regular y fiscalizar su ejercicio. En este sentido, se trata evidentemente de una valoración basada más en su adaptación a los requerimientos del escenario de conflicto del que surge que en los atributos fijados en nuestra lista de comprobación original.
3 Algunas concomitancias con otros modelos de mediación lingüística en las Indias Occidentales (siglo XVI)
Antes de concluir, mencionaremos brevemente otro modelo autóctono de intermediación que encontramos con posterioridad en varias regiones de las Indias Occidentales, en coexistencia incluso con los últimos alfaqueques peninsulares del siglo XVI. En este caso fueron el castellano y la cultura cristiana los que entraron en interacción con las lenguas y culturas indígenas de la América colonial. Estudios anteriores han señalado ya algunas concomitancias entre dichos modelos (Payàs y Alonso 2009; Alonso Araguás 2010) poniendo de relieve cómo determinadas prácticas de mediación lingüística repiten patrones similares en otros periodos históricos con demandas y contextos sociales similares.
Aquí nos limitaremos a indicar de manera sucinta algunas coincidencias y divergencias entre el modelo medieval que hemos analizado y el implantado por la administración novohispana en las primeras audiencias coloniales del siglo XVI.
Desde finales de la década de 1520, cientos de intérpretes y nahuatlatos[3] de lenguas autóctonas comenzaron a integrar, junto a otros oficios, la incipiente administración de gobierno y justicia hispana en Centroamérica. Así lo reflejan las numerosas cédulas e instrucciones reales, como las recogidas en el Cedulario de Encinas (1596), que regulan distintos aspectos en el ejercicio de la interpretación. Gracias a los registros documentales y codicológicos, ha quedado bien documentada la existencia entre 1530 y 1550 de una primera generación de intérpretes al servicio de la Real Audiencia de México, buena parte de ellos españoles llegados en los primeros años de la conquista (Alonso Araguás 2005; Cunill 2018). A esta primera generación le sucedería una segunda a partir de 1555, con intérpretes nombrados oficialmente por la audiencia. Así se consolida una extensa red de mediadores en el complejo y vasto virreinato de Nueva España, lo que supuso un avance indudable en la adaptación de las instituciones hispanas a la nueva realidad plurilingüe de ultramar (Cunill 2018: 11–12ss.).
Lo temprano de las fechas convierte a este sistema en pionero de la salvaguarda –al menos sobre el papel– de la tutela judicial efectiva al permitir el acceso a las actuaciones judiciales en la lengua nativa. Su regulación escrita por la corona y por sus representantes los virreyes constituye el embrión de un camino hacia la institucionalización de la mediación lingüística, al menos en los términos en que el contexto histórico nos permite entenderlo. Comparado con el modelo precedente, experimentó a todas luces un grado de institucionalización bastante más rápido que el del alfaqueque peninsular con la creación, tras la caída de Tenochtitlán (1525), de las audiencias de justicia y gobernación en México (1527), Panamá (1538) y Guatemala (1542), que siguieron los pasos de la más temprana de Santo Domingo (1511).
Como sucede con los alfaqueques medievales, estos nahuatlatos tienen orígenes diversos: conquistadores españoles en la primera época y, mestizos de origen español sobre todo en la segunda época, además de indígenas y criollos. Ejercen asimismo múltiples tareas que en su caso pueden incluir, más allá de la intermediación lingüística prioritariamente oral, la escribanía, la información, el notariado o incluso el asesoramiento legal en un ámbito tan especializado como la justicia (Cunill y Glave 2019: 11). Con todo, el nahuatlato se mantiene más cercano a las instancias de poder, pues la audiencia, como institución de justicia y de gobierno en Nueva España, ostenta funciones de representación de la corona, a diferencia de los concejos municipales de la España medieval. Esta proximidad a los círculos de poder novohispanos llegaría a reportarle cargos y emolumentos adicionales importantes, como el de corregidor, juez oidor y defensor de derechos de los indios.
4 Consideraciones finales
Abríamos este trabajo planteando tres preguntas sencillas en busca de respuestas sobre la identidad y el rol de algunos intérpretes medievales. Para encontrarlas hemos propuesto estudiar con un enfoque histórico y situacional un modelo autóctono de mediación lingüística, el de los alfaqueques de la península Ibérica en la Baja Edad Media.
Las conclusiones provisionales que podemos extraer de este estudio apuntan a un tipo de intermediarios lingüísticos que, por la propia naturaleza de su misión (desplazamientos sobre el terreno a través de las inseguras líneas fronterizas fijadas por los bandos en conflicto), suelen moverse al margen de los personajes históricos relevantes, fuera de los cauces habituales de la alta cultura que atesora la escritura, fuera de las instituciones de gobierno.
Son intérpretes de la vida cotidiana, “gente corriente” (Footitt 2022: 32) muchas veces anónima, que trabaja sobre el terreno y cuyo rastro en las fuentes documentales apenas se limita a asuntos colaterales o a meras referencias colectivas que certifican su existencia como grupo social. De ahí la relativa marginalidad en la historiografía de unos agentes biculturales que desempeñan tareas diarias indispensables para unas sociedades plurilingües en situación de conflicto. De orígenes plurales –judíos, musulmanes, cristianos–, ejercen funciones diversas con predominio, pero no exclusividad, de la mediación lingüística oral. Su relativo anonimato y autonomía no implican, en cambio, completa independencia en el modo de conducirse, pues las normativas municipales de los lugares donde desempeñan sus trabajos regulan sus retribuciones y obligaciones fiscales. El nombramiento para el cargo exige consenso de sus vecinos sobre su integridad moral y requiere poseer las competencias lingüísticas necesarias y la confianza de las partes.
Este modelo representado por los alfaqueques conforma un sustrato de agentes multiculturales cuya presencia, normalizada en la vida cotidiana de la sociedad bajomedieval, parece quedar obviada en la historiografía de la interpretación hasta finales del siglo XX. Sus vidas y sus nombres, como sucede con los actores de reparto, no aparecen en el discurso histórico sino en la letra pequeña de los registros archivísticos o en los textos normativos de la época. Pero, decía Paul Ricœur (1985: 175), cualquier huella de su actividad cotidiana es susceptible de convertirse en fuente al servicio del investigador y los documentos más preciosos pueden ser aquellos que en un principio no estaban destinados a informarnos.
En lo que respecta a los nahuatlatos, la propia administración novohispana constituida ya en plena época renacentista se encarga de poner luz y taquígrafos y de registrar con cierta asiduidad las identidades de estos intermediarios de lenguas indígenas americanas. Comparten con aquellos, entre otros rasgos, la primacía de la oralidad en sus funciones y la multiplicidad de tareas –algunas de ellas requieren el uso de la lectura y la escritura–, y tanto su procedencia como su cercanía a las instancias de poder sugiere lealtad en el desempeño de sus funciones.
Descubrir estas voces supone, pues, una invitación a reflexionar sobre la adecuación de las categorías conceptuales actuales y la propia terminología académica que usamos para describir la identidad y el habitus del intérprete.
Desde una perspectiva histórica, flexibilizar dichas categorías nos permitiría incluir en el repertorio de prácticas de intermediación lingüística unos agentes y modelos de comunicación autóctonos que difícilmente se dejan aprehender por clasificaciones rigurosas que prescinden de los contextos históricos. Las prácticas de intermediación lingüística que ejercen estos intérpretes de la vida cotidiana son deudoras de su tiempo. Reflejan realidades poliédricas y complejas donde no siempre funcionan los mismos paradigmas que aplicamos en el presente –mirando hacia nuestro presente– para describir las modalidades de interpretación que han llegado hasta nosotros.
Se da la paradoja de que en pleno siglo XXI, asistimos en América como en Europa al redescubrimiento de la conciencia del otro y al reconocimiento –siquiera parcial– del valor de las lenguas autóctonas, tanto por las comunidades indígenas concernidas como por las instancias locales e internacionales competentes para ejercer la salvaguarda de derechos culturales y lingüísticos.
La dicotomía contemporánea “profesional vs. no-profesional” ha contribuido seguramente a invisibilizar la figura de estos intérpretes de la vida cotidiana en el discurso histórico ocultando su actividad mediadora. Se produce así una doble invisibilización: en las fuentes historiográficas y en la propia disciplina de los EI. Superarla, no ya desde el ejercicio profesional pero sí desde la propia investigación aplicada en los estudios de historia de la interpretación, derivaría en un mayor reconocimiento de las prácticas de interpretación complejas y diversas que componen nuestra historia social. Con ese mismo convencimiento Grbić (2015: 323) sugiere hablar de “las profesiones de la interpretación”, lo que tal vez sea una fórmula más realista para referirse al sinfín de fenómenos de interpretación que acompañan el presente y el pasado de nuestras sociedades multilingües.
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Notas
[1] Los estadios principales de esta evolución pueden consultarse en Baigorri-Jalón, Fernández-Sánchez, y Payàs (2021). Para conocer de forma más pormenorizada este proceso de profesionalización, parejo a la evolución tecnológica de la interpretación simultánea, véase Baigorri Jalón (2000).
[2] Una tipología similar de situaciones comunicativas multilingües figura también en Alonso-Araguás (en prensa).
[3] Desde 1531 el término naguatato, naguatlato o nahuatlato alude en México, Nueva Galicia y Yucatán a los intérpretes de náhuatl, idioma de los aztecas y una de las lenguas francas principales del extenso territorio mexicano. Sabemos, no obstante, que el mismo término se aplicaba asimismo a intérpretes de otras lenguas indígenas, como el otomí, el tarasco o el maya (Boyd-Bodman 1971: 191). Así lo constatan algunas fuentes codicológicas, como el Códice de tributos de Coyoacán (1553-54), donde se identifica como “nahuatlato de otomí” a Juan Ramírez, intérprete del oidor Gómez de Santillán en su visita a Coyoacán para fijar los tributos que la población local debía pagar a las autoridades hispanas.
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"Intérpretes de la vida cotidiana: alfaqueques en los reinos medievales hispanos"
inTRAlinea Special Issue: Intérpretes: historiografía, contextos y perspectivas de una práctica profesional
Edited by: Críspulo Travieso-Rodríguez & Elena Palacio Alonso
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