Special Issue: Intérpretes: historiografía, contextos y perspectivas de una práctica profesional

La interpretación oral como actividad de intermediación lingüística y cultural: una cuestión de confianza

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"La interpretación oral como actividad de intermediación lingüística y cultural: una cuestión de confianza"
inTRAlinea Special Issue: Intérpretes: historiografía, contextos y perspectivas de una práctica profesional
Edited by: Críspulo Travieso-Rodríguez & Elena Palacio Alonso
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La interpretación oral hunde sus raíces en la historia de la humanidad. Ha estado presente desde tiempos inmemoriales en los encuentros entre pueblos con culturas y lenguas diferentes, y de manera más intensa en los territorios de frontera.  La existencia del intérprete que sirve a una autoridad está documentada desde la civilización mesopotámica, es decir, hace 3000 años a.C., cuando los pueblos sumerio y acadio entraron en contacto. Existen también testimonios que acreditan la presencia de intérpretes en la Antigüedad en Egipto, Grecia y Roma (Kurz 1986, Roland 1982). Uno de los intérpretes más arcaicos y conocidos – aunque anónimo – es el que aparece en el bajorrelieve de la tumba del faraón Horemheb, encontrado en Memphis, que data en torno a 1300 a.C.[1] Muestra a una persona desdoblada de perfil y situada entre el general Horemheb y unos emisarios extranjeros, postrados ante el faraón. El tamaño del intérprete es mucho más pequeño que el de Horemheb e incluso que el de los extranjeros, un indicio de que posiblemente su posición social no debía ser muy elevada.

En China la huella de esta actividad se remonta al siglo I, a la época final del imperio de la dinastía Han. Para proteger sus fronteras, el emperador chino enviaba a los límites suroccidentales de su territorio a oficiales e intérpretes de la capital, con el objetivo de adoctrinar en la cultura china a los pueblos foráneos (Lung 2009: 127). Esta autora afirma que los intérpretes realizaban múltiples funciones: actuaban como “embajadores culturales” y de enlace entre las autoridades imperiales y los intérpretes de acompañamiento de los enviados foráneos que realizaban su viaje de tributo a la capital (Lung 2009: 127-28). Además, es muy probable que los intérpretes colaboraran con los historiadores y funcionarios encargados de elaborar los documentos históricos de la dinastía imperial (Lung 2009: 129).

Así, la multifuncionalidad ha sido una característica intrínseca de los intérpretes, en la medida en que, además de servir de intermediadores orales, con frecuencia ejercían también de traductores, amanuenses, guías acompañantes, documentalistas y asesores de negociaciones. En estos casos nos referimos a intérpretes que estaban alfabetizados, con una formación lingüística, y seguramente con conocimiento de los usos jurídico-administrativos suficientes para servir a un gobierno. Otro ejemplo de intérprete formado, provisto de amplias competencias, lo encontramos en la figura del dragomán, que emergió en Constantinopla en torno al siglo XV. La capital otomana era un enclave comercial muy importante, pues unía el Mediterráneo con el Medio Oriente. Todas las potencias europeas establecieron embajadas y las llamadas factorías, empresas europeas que gestionaban el comercio con Asia (Masters 2001: 70). Para ello necesitaban comunicarse con los sultanes turcos y sus visires. Los dragomanes no solo intervenían en las audiencias con las autoridades otomanas, sino que traducían los tratados de paz y las alianzas comerciales. Para ellos era indispensable, además del conocimiento lingüístico (turco, árabe, francés e italiano, por lo general), conocer los usos de la administración turca, lo que implicaba conocimientos jurídicos y contables (Groot 2005: 474). La mayoría de ellos era de origen griego, pero también había dragomanes armenios, judíos sefarditas y los llamados latinos, descendientes de chipriotas y genoveses, y los únicos dentro de este gremio que profesaban la religión católica. La desconfianza hacia los dragomanes por parte de las potencias europeas era muy grande, pues servían a los intereses de muchos, y se dudaba de su confidencialidad (Cáceres 2013: 277-78). Para potencias como España o Austria la educación católica era una premisa fundamental, garante de unos valores determinados, siendo uno de los más importantes el de la lealtad a la corona.  De ahí que en muchas embajadas trataran de formar su propia cantera de intérpretes enviando a jóvenes a Constantinopla para que se formaran en lenguas orientales bien en la propia embajada (República de Venecia, España) o bien en un colegio especializado, como fue el caso de Francia o Austria (Cáceres 2013: 278). Mientras estaban en fase de formación estos jóvenes fueron comúnmente denominados jeunes de langues, giovani di lingua, Sprachknaben o jóvenes de lenguas.  

Pero la actividad de intermediación lingüística no se circunscribe únicamente a las esferas diplomáticas, en definitiva, las más privilegiadas, como las que acabamos de mencionar. Los contextos en los que han intervenido los intérpretes a lo largo de la historia son muy variopintos y cada uno de ellos con su propia idiosincrasia. Pensemos en las personas que intervinieron como mediadores lingüísticos en las innumerables relaciones comerciales a lo largo y ancho del mundo y en las incontables combinaciones lingüísticas que esto podía implicar; en aquellas que mediaron en los viajes de exploración entre científicos europeos y pueblos indígenas en otros continentes (véase la intrépida Sacajawea, que guio a los militares estadounidenses Lewis y Clark en su expedición al Pacífico mediando con las tribus indígenas que iban encontrando a su paso); en las que actuaron en conflictos bélicos, en litigios o en acciones de evangelización, conquista y colonización (imposible no recordar a la intérprete más famosa y controvertida, La Malinche, también consejera de Hernán Cortés).[2] Y esta es otra de las particularidades de muchos de los actos de interpretación: se insertan en hechos sobrevenidos, repentinos y sin preparación previa, circunstancia que obligó (y obliga también en la actualidad) a tomar medidas de emergencia como veremos a continuación.

A pesar de que en su primer viaje Cristóbal Colón llevaba consigo a un intérprete con conocimientos de hebreo y árabe, de poco sirvió al llegar al Nuevo Mundo (Fernández Sánchez 2001: 18). Fue preciso improvisar para lograr la comunicación con los pueblos indígenas de Las Américas. Los conquistadores emplearon métodos extremos como fue la captura de niños y jóvenes indígenas que se enviaban a la corte en Madrid. Allí les enseñaban la lengua española, además de educarlos en el catolicismo (Alonso-Araguás 2012: 51, Valero 1996: 62). Este sistema ya lo habían ensayado en los siglos XIV y XV los reinos peninsulares nutriéndose de intérpretes indígenas que capturaron en la conquista de las Islas Canarias (Sarmiento 2015).

De la situación de privación de libertad en los procesos bélicos y de conquista surgieron precisamente otros mediadores, los denominados alfaqueques, especializados en la mediación para liberar a prisioneros tanto del lado cristiano como del musulmán durante la época de la Reconquista (Alonso Araguás 2012). Dando un salto en el tiempo y en el espacio, encontramos otra situación similar en el Chile colonial del siglo XVII, en la frontera hispano-mapuche. Aquí se desarrollaron los llamados capitanes de amigos. Estos eran españoles que habían aprendido el araucano durante su cautiverio en las comunidades indígenas y que, al ser liberados, ejercían de mediadores entre las autoridades coloniales y la sociedad mapuche (Payás 2012). Lo habitual era poner en duda a todos estos mediadores a causa de su filiación: ¿a qué comunidad se debían? ¿a la sociedad en la que habían nacido, en la que habían sido educados o a la que se habían incorporado por cautiverio, deserción o desafección?

Otro ejemplo de cómo se formaban intérpretes en situaciones sobrevenidas lo encontramos en Brasil, de la mano de los misioneros jesuitas que se establecieron en Salvador de Bahía a mediados del siglo XVI. De entre los misioneros en esta región podemos mencionar a João de Azpilcueta Navarro, con facilidad para el aprendizaje del tupí, lo que le permitió ejercer de língua. Pero el principal proceso para disponer de mediadores lingüísticos consistía en reclutar a niños indígenas y huérfanos portugueses, que eran enviados a los internados de los jesuitas donde se les educaba para sus intereses. Los niños trabajaban como intérpretes para los misioneros, además de asistirles en oficios religiosos y confesiones (Naupert 2019: 68). Esta autora también subraya las dificultades que provocaba aceptar la intermediación de niños, pues algunos misioneros consideraban que se rebajaba la autoridad de los sacerdotes o que se adulteraba la confesión (Naupert 2019: 68).

La existencia de intérpretes ad hoc, amateur o no profesionales es una constante en la historia, y está ampliamente documentada en las investigaciones de Baigorri (2011, 2012, 2014, 2019). Se sabe que los soviéticos que vinieron a España como asesores y formadores para apoyar al lado republicano durante la Guerra Civil española trajeron unos doscientos intérpretes, de los cuales la mitad eran mujeres. Algunas provenían de la clase obrera, de familias migrantes, por lo que habían aprendido idiomas (véase Mildred Rackley o Adèle Arranz). Otras, en cambio, se habían educado en el seno de familias acomodadas y poseían estudios superiores (Maya Guimpel Kutin, Ruth Rewald-Schaul, Frida Stewart-Knight). Realizaban su labor en unidades militares, en los servicios médicos y de prensa y en la administración en general.[3] Los intérpretes ad hoc son, en cierto modo, intrínsecos a los conflictos violentos pues, como recuerda Baigorri, aunque los estados proporcionen intérpretes formados, los servicios de diplomacia e inteligencia no alcanzan a cubrir todas las situaciones de intermediación, por lo que es necesario recurrir a intérpretes locales (2011: 179). Esto no ha cambiado en las guerras del siglo XXI. Según los estudios de Inghilleri (2010), la mayoría de los intérpretes reclutados por los servicios de inteligencia estadounidenses durante la Guerra de Irak (2003-11) fueron civiles locales. La extrema vulnerabilidad y los enormes riesgos físicos que corren los intérpretes en estas situaciones quedó patente en la última Guerra de Afganistán (2001-21): la súbita retirada de la coalición internacional en esta región expuso a los intérpretes afganos que habían colaborado con las fuerzas militares occidentales a las más terribles represalias del régimen talibán.

No podemos dejar de mencionar los juicios de Nuremberg, en los que se juzgó a los criminales de la Segunda Guerra Mundial. Durante estos procesos se implementó la técnica de interpretación simultánea en ruso, inglés, francés y alemán con la intervención de numerosos intérpretes (hombres y mujeres) que tuvieron que formarse en esta técnica a contrarreloj. La experiencia de interpretar para los que habían sido sus verdugos fue algo muy traumático, e hizo revivir el horror de los campos de concentración, como narra la intérprete de origen polaco Marie France Skuncke en el documental de referencia sobre los orígenes de la interpretación simultánea, The Interpreters: A Historical Perspective (Interpreting at the UN 1945-1995).[4]

Sirvan todas estas muestras de mediación lingüística oral para reivindicar el estudio de la historia de la interpretación como disciplina que ya cuenta con una trayectoria notable. Los trabajos pioneros ya mencionados de Roland y Kurz, de Bowen (1995) o Henri van Hoof (1996) iniciaron la senda de una nueva vía de exploración que ha sido especialmente fértil en el ámbito hispánico como demuestran los estudios y publicaciones ya mencionados de Alonso-Araguás, Baigorri, Payás y Sarmiento, a los que podemos añadir los de Cunill (2018), Gilbert (2019) o Valdeón (2022), entre otros, y que, afortunadamente, nos permiten establecer un diálogo entre el pasado y el presente de la interpretación. A todo ello se añaden los proyectos digitales como la base de datos Interpreting in War – IIW, que recoge datos biográficos de traductores e intérpretes que intervinieron en la Guerra Civil española de lado republicano, coordinado por Michaela Wolf y Julia Kölbl, o el proyecto Languages at War, liderado por Hillary Footitt. La labor historiográfica se ha propuesto también trascender el ámbito académico para acercarse a la sociedad a través de iniciativas como las exposiciones Intérpretes pioneras (1900-53) y otra más reciente titulada, La traducción, lengua de Europa.[5]  En ellas, las imágenes de intérpretes, manuscritos, libros, documentos oficiales o de lugares donde se practicó la interpretación se sitúan en plano de igualdad con el texto ofreciendo una imagen más completa de episodios sociohistóricos en los que la interpretación desempeñó un papel relevante.

Por supuesto, la investigación sobre la actividad de interpretación oral desborda y traspasa las consideraciones históricas. El análisis sobre los procesos cognitivos y los aspectos comunicativos en las diferentes modalidades de interpretación (consecutiva, simultánea, bilateral o susurrada), su didáctica o la evaluación de la calidad del discurso interpretado son temas, por mencionar unos pocos, sobre los que existen abundantes estudios y bibliografía y, por ello, aludo únicamente a algunos de los investigadores precursores como Danica Seleskovitch (1968), Daniel Gile (2005), Barbara Moser-Mercer (1997), Franz Pöchhacker (2016) o Ángela Collados Aís (2001). Lo mismo puede aplicarse a los ámbitos en que se practica la interpretación, ya sean los servicios públicos, las organizaciones internacionales, los medios de comunicación o el mundo empresarial; todos ellos constituyen focos de estudio relevantes, sin olvidar una línea más reciente como la interpretación en lenguas de signos. Dentro de estos contextos cabe destacar los proyectos y trabajos que abordan la profesionalización de la interpretación en los servicios públicos, donde intervienen organizaciones no gubernamentales e intérpretes no profesionales, y que ponen de relieve factores como la vulnerabilidad de determinadas comunidades o grupos sometidos a todo tipo de discriminación. Podemos mencionar aquí los trabajos fundamentales de Angelleli (2003), Gentile (1997), Mikkelson (1996) o Valero (2008), entre otros.

Vivimos en una sociedad cada vez más compleja, globalizada e interconectada por los avances tecnológicos. Los desafíos que afrontan las sociedades a causa de los movimientos de población, el cambio climático y los conflictos bélicos influyen de forma notable en la actividad de interpretación, lo cual ha desencadenado un debate cada vez más intenso sobre las consideraciones éticas de la profesión. Con frecuencia los intérpretes intervienen en situaciones muy sensibles como puede ser en un litigio, una intervención sanitaria, humanitaria o una negociación política, que generan una elevada carga de estrés psicológico. La exigencia de rapidez, precisión, imparcialidad y confidencialidad encuentra límites en la emocionalidad o precariedad de determinadas situaciones de interpretación, en las que la empatía se erige como una capacidad esencial para lograr la confianza de las partes en el acto mediado de interpretación.

Por otro lado, la interpretación está experimentando cambios sustanciales a causa de la digitalización de los flujos de trabajo, propiciado de forma singular por la pandemia. A las modalidades de interpretación antes mencionadas ahora debemos añadir la remota. Plataformas digitales como Zoom, Kudo o Interprefy han convertido este nuevo entorno de interpretación en un medio habitual, que obligó a la comunidad de intérpretes a adaptarse de forma súbita y acelerada. En algunos casos este cambio radical provocó que algunos intérpretes experimentados decidieran abandonar la profesión. También asistimos a la proliferación de las herramientas de apoyo a la interpretación, muchas de ellas basadas en inteligencia artificial (IA) y en modelos LLM (por ejemplo, las herramientas de reconocimiento automático de voz, los gestores terminológicos para agilizar la preparación de un encargo de interpretación o el uso de dispositivos inteligentes como la tableta o el smartpen). Interpretación aumentada es el término que se ha acuñado para denominar este nuevo paradigma marcado por la digitalización del entorno de la actividad de interpretación, y que aspira a que las herramientas no supongan una distracción para el intérprete, sino un apoyo para mejorar el rendimiento y la calidad de esta. En este sentido, se están realizando numerosos estudios para analizar la carga cognitiva que supone el uso de las cabinas artificiales (artificial boothmates), así como el esfuerzo mental que se puede externalizar hacia esta (véase Fantinuoli 2022, Mellinger 2019). Así, el debate sobre si la máquina acabará sustituyendo al intérprete humano está servido desde hace un par de años, algo que afecta a otras muchas profesiones. En las sociedades tendremos que decidir si queremos delegar en la tecnología algo tan complejo como la interpretación simultánea o de enlace y esto será, muy probablemente, una cuestión de confianza y, cómo no, un problema económico. Actualmente, no son pocas las voces que alertan sobre los riesgos de la IA en la medida en que produce errores, imprecisiones, ofrece información sesgada y carece aún de información suficiente para tener en cuenta el amplio abanico de culturas, lenguas, etnias, identidades, diferencias generacionales u otras idiosincrasias. Está por ver si será posible encapsular en algoritmos todos los matices comunicativos, acentos, las emociones y variantes lingüísticas en la multitud de lenguas que existen (incluidas las de menor difusión), de forma que estos puedan ofrecer un discurso interpretado de forma fidedigna o confiable. Otro aspecto de la IA que genera preocupación es la pérdida de creatividad y de habilidades cognitivas y su impacto en el aprendizaje (Reinmann 2023). 

Así pues, en un mundo cada vez más acelerado y volcado en la producción, cualquier mirada retrospectiva y crítica, además de constituir una necesidad emocional, nos procura una comprensión más profunda y consciente de nuestra existencia, de la que forma parte la interpretación. Conectar el acervo de la actividad de interpretación oral en diferentes contextos y periodos históricos con los múltiples retos a los que enfrenta esta profesión hoy en día es el ambicioso objetivo que se han propuesto Elena Palacio Alonso y Críspulo Travieso Rodríguez, editores de este volumen monográfico. No cabe sino felicitarles por esta iniciativa y desear que obra colectiva encuentre su lugar entre investigadores, docentes, profesionales y cualquier persona interesada en el fascinante mundo de la interpretación.  

Referencias

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Notas

[1] El bajorrelieve está albergado en el Rijsmuseum van Oudheden en la ciudad de Leiden, Países Bajos. Véase URL : https://www.rmo.nl/museumkennis/egypte/de-voorwerpen/horemheb-de-grootse-generaal/

[2] Sobre Sacajawea puede consultarse esta URL: https://www.womenshistory.org/education-resources/biographies/sacagawea; para más información sobre La Malinche véase: https://historia-hispanica.rah.es/biografias/27416-la-malinche

[3]  Véase el calendario para el año 2024 “Traductoras e intérpretes de las Brigadas Internacionales”, Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI).

[4] Disponible en URL: https://www.youtube.com/watch?v=2bsjZQU9nuI (último acceso: 20 marzo 2025).

[5] Estos proyectos pueden consultarse en las siguientes URL: [url=https://gams.uni-graz.at/context:iiw]https://gams.uni-graz.at/context:iiw[/url]; https://www.reading.ac.uk/languages-at-war/; https://cvc.cervantes.es/lengua/lengua_europa/ (último acceso: 20 marzo 2025).

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